¿Puede una película de sci-fi y acción absurda contener revelaciones filosóficas?
Estimado lector,
vamos a jugar a un juego.
Imagina una
película fruto de la mezcla entre 2001: A
Space Odissey, The Tree of Life
y la serie Secretos del Universo con
Morgan Freeman. Luces y colores en frente de la cara de Keir Dullea, mientras escudriñamos el
origen del Universo, la Tierra, la vida y la humanidad a modo documental con la
voz en off de Morgan Freeman. Ahora, imagina que esta mezcla se convierte en una
película de acción. Con coches chocando, muchos tiroteos, persecuciones. Y
ambientada medio en Taipei y medio en París. El director va a ser Luc Besson, así que sustituye al
protagonista masculino, Keir Dullea,
por una mujer que, además de ser un bellezón contemporáneo, sea buena actriz.
Pongamos, Scarlett Johansson. Y ahora
súmale al cocktail bizarro que estás
elaborando en tu mente la droga de Limitless,
pero que en vez de hacer a Scarlett
más inteligente (que también) le dé unos súper-poderes tipo X-Men o los de Neo en Matrix. ¿Lo tienes? Bien. Pues eso es
resumido en unas pocas líneas Lucy.
Una locura desmesurada que no debería funcionar bajo ningún concepto, pero que
por suerte funciona maravillosamente.
La película viaja
de los albores de la humanidad a Taiwán, y luego a París, donde el profesor
Norman (Morgan Freeman) da una
conferencia sobre la evolución, el cerebro y los seres humanos, elucubrando con
futuro-ficción qué ocurriría si alguien pudiera usar más del 10% de su cerebro.
Mientras, en Taipei, Lucy (Scarlett
Johansson), una estudiante americana asentada allí, se ve envuelta en una
red de tráfico de drogas bajo el comando del Sr. Jang (Choi Min-sik). Es forzada a convertirse en una mula, transportando
una sustancia sintética extremadamente peligrosa llamada CPH4 que le han puesto
en el estómago mediante una operación quirúrgica. Cuando la bolsa de droga se
rompe, Lucy no sólo sobrevive la sobredosis, sino que la droga consigue que
cada vez use un porcentaje más elevado de su cerebro.
Las películas
fantásticas y de acción con protagonista femenina nunca han cuajado en
taquilla, y más bien el espectador tiende a rehuir de ellas, tras las malas
experiencias que le han aportado en el cine. Hablo de Aeon Flux, Underworld, Lara Croft, Resident Evil o Catwoman.
Muchos lo han intentado por activa y por pasiva, pero el único que ha
conseguido hacerse un hueco contando eminentemente con heroínas de acción en su
cine es el director francés Luc Besson.
Él es el principal importador de heroínas de cine que valen la pena, personajes
duros y luchadores, y ante todo (y perdón por la expresión) molones de la
ostia. No en vano todos caímos prendados de las peripecias de Leelo (esa Mila Jovovich de pelo naranja y poco
ropaje) en The Fifth Element, vimos
claro que lo mejor de Malavita
(aparte de De Niro haciendo de
gánster otra vez) era el personaje de Dianna
Agron, y que Nikita y Mathilda
son dos niñas de mucho cuidado. ¡Si es que incluso intentó una versión de Juana de Arco! No sé cómo lo hará, pero el caso es que los personajes femeninos
de Besson, por H o por B, siempre
son interesantes y simpáticos: cosas de su cine. Zach Snyder tiene apego por los abdominales marcados, Michael Bay por las mozas que enseñan
pechuga y el ejército, Wes Anderson
por los travelling laterales y los
colores pastel, y Luc Besson por las
mujeres cañeras. Pero fuera coñas: el parisino ha hecho tanto por los
personajes femeninos de acción y fantasía como Lars von Trier con los de drama. Y eso es una verdad como un templo.
Esa mezcla de
homenajes a películas de ciencia ficción de Hollywood de la que hablaba al
principio, forma un collage perfecto de referencias cinéfilas en el que
perderse y disfrutar y no acabar irritado por ver en la película una burda
copia. En la fina línea que separa la copia del homenaje, Besson se mantiene al filo: así trata de localizar la posición
actual de la humanidad dentro del Universo, y se anticipa a la siguiente fase
de la evolución humana (como hacen Malick
y Kubrick en sus respectivas obras),
y mientras Lucy se reconfigura en
todos los ordenadores, smartphones y televisores del mundo, no podemos dejar de
pensar que esto es más o menos lo que Trascendence
querría haber sido pero por desgracia no pudo. Paradójicamente,
con todas las referencias del film (supongo que buscadas) que podrían
convertirlo en una amalgama del orden de Oblivion,
y después de los fracasos con el drama The
Lady y su aventura sin alma en el mundo de la animación con Arthur y los minimoys, esta es la pieza
fílmica de Besson más enérgica desde
que Bruce Willis salvara a Milla Jovovich (otro ser humano
perfecto, o más bien hecho perfecto) en su cinta mítica de ciencia ficción
distópica. La potencia de la fotografía de Thierry
Arbogast jugando con el contraste de colores, escenas de impremeditado
humor negro y la potente selección musical maquinera se combinan en algo que
es, sin lugar a dudas, un trabajo de Besson.
Es justo remarcar
las actuaciones de un Morgan Freeman
con el piloto automático de su serie documental sobre el Universo y de un
villano sobriamente interpretado por el magnífico actor coreano Choi Min-sik (al que espero que se le
den más papeles en películas occidentales), y sobre todo, la de Scarlett Johansson en el papel más que
complicado de comunicar sus observaciones, reacciones y epifanías morales con
una falta de expresividad que se incrementa al mismo ritmo que su capacidad
cerebral. Vemos perfectamente el cambio de la Lucy-humana a la
Lucy-en-el-siguiente-peldaño-evolutivo a la perfección: su registro plano en
los últimos minutos de película contrasta de forma brutal con la americana
fiestera de los primeros. Y eso, es mérito de la actriz.
Y habiendo dicho
todo esto, Besson combina a la
perfección las escenas de persecución y tiroteos con monólogos de Lucy sobre
las cuestiones biológicas y filosóficas que el filme plantea sobre la brevedad
y belleza de cada momento, el antropocentrismo de la humanidad, y el tiempo
como unidad única de todas las cosas. Sólo un ser eterno (como en el que ella
se convierte) es capaz de descubrir las maravillas del Universo y sacar la
venda de los ojos de los seres humanos.
Ir buscando en Lucy una película definitiva es
equivocarse tremendamente de sala, de película y de director, pero sí que es
muchas cosas a la vez: una película de verano con acción y superhéroes fruto de
la mente esteta del autor francés
(por lo tanto, casi tan raro como un perro verde), el enésimo personaje
femenino molón de su cine, un guilty
pleasure pulp con bastante CGI, y
un excesivo pasatiempo cuyos 85 minutos pasan como un rayo. Y si aún después de
leerme no cree, estimado lector, que Lucy
pueda ser un genial entretenimiento fruto de una mente privilegiada, piense un
momento: el hombre que ha hecho tanto por la carrera de Milla Jovovich y Jean Reno
no puede estar equivocado.
Lo mejor: la fotografía, la dirección de Besson, y las actuaciones de los tres personajes principales (Choi Min-sik, Scarlett Johansson, y Morgan
Freeman).
Lo peor: en cuanto al guión, en ningún momento hay sensación de
peligro real hacia Lucy, pues es un personaje prácticamente indestructible.
Crítica original en Pandora Magazine
Título: Lucy
Director: Luc Besson
Guión: Luc Besson
Fotografía: Thierry Arbogast
Año: 2014
Duración: 90 min.
País: Francia
Productora: Universal Pictures / EuropaCorp / TF1 Films Production
Reparto: Scarlett Johansson, Morgan Freeman, Choi Min-sik, Amr Waked, Pierre Poirot, Yvonne Gradelet, Jan Oliver Schroeder, Julian Rhind-Tutt
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