Show oligofrénico para espectadores oligofrénicos

Título: Transformers: Age of Extinction (Transformers 4)
Director: Michael Bay
Guión: Ehren Kruger
Fotografía: Amir Mokri
Año: 2014
Duración: 165 min.
País: Estados Unidos
Productora: Paramount Pictures / Hasbro / China Movie Channel
Reparto: Mark Wahlberg, Nicola Peltz, Jack Reynor, Stanley Tucci, Kelsey Grammer, Sophia Myles, Victoria Summer, T. J. Miller, Han Geng, Li Bingbing, Brenton Thwaites, Cleo King, Titus Welliver, Teresa Daley, Michael Wong

El cine de Michael Bay es un menú de comida basura. Unos nuggets grasientos, una whopper con doble de queso y una cola de sobre de litro. Hay quién disfruta con esta comida, quien sorbe la cola de litro hasta juguetear con los hielos, se mancha la boca de kétchup y mostaza a cada jugoso mordisco de su whopper, y engulle los nuggets como si no hubiera un mañana al que llegar. Pero la comida basura es eso: basura. Quienes la comen para el disfrute de sus papilas gustativas (demostrando una vez más que el glutamato monosódico con el que se baña todo material que transita por la cocina de un restaurante de fast food es una sustancia profundamente adictiva) ya se dieron cuenta con el documental Super Size Me de que el vómito está asegurado en un 75%, y los problemas físicos y mentales están asegurados a corto y largo plazo con la ingesta muy continuada de dichos alimentos.

Yo, tanto de la comida basura como del cine de Michael Bay, prefiero mantenerme al margen, pero consumo ambas sólo con la intención de regocijarme en su ínfima calidad y poder hablar con propiedad sobre el tema. Con su última película, Pain and Gain, el realizador angelino parecía haberse dado cuenta de que el sueño americano y los valores que se profesan des de su amada patria (que nos recuerda en sus películas bandera mediante casi cada 24 fotogramas) no eran más que una mentira, y los satirizaba con sus personajes descerebrados, sus cámaras lentas y sus travelligs circulares: parecía que Bay había vuelto a sus inicios de comedia gamberra, devuelto a sus productores la cordura de trabajar con un presupuesto más "normal" (si lo comparamos con las mastodónticas cifras que se manejan en la saga Transformers), y más importante de todo, aprendido a hacer cine de verdad con su estilo épico y adrenalínico. Transformers: Age of Extinction es la tormenta después de la calma. Su declive tras el espejismo que fue Pain and Gain.

Miguel Bahía en su puesto de trabajo habitual: inspector de explosiones...

En esta entrega (que mantiene continuidad con las otras tres de la saga), el protagonismo cambia de las manos de Shia LaBeouf a los anabolizados brazos de Mark Wahlberg, más válido en las escenas de acción y con una carisma desbordante que el chico malo de Hollywood no tenía ni por asomo. Cuatro años después de la Batalla de Chicago de Transformers: Dark Side of the Moon, los Autobots (robots buenos liderados por Optimus Prime) son perseguidos por el Gobierno de los Estados Unidos y otros robots alienígenas, y los restos tecnológicos de los Decepticons (robots malos liderados por Megatrón) son usados por Joshua Joyce (Stanley Tucci) para crear unos robots más avanzados que los Autobots en todos los sentidos. Por su lado, un mecánico inventor llamado Cade Yaeger encuentra un Marmon semi-tráiler corroído y abandonado que al intentar repararlo resulta ser el mismísimo Optimus Prime. Entonces, Cade, con la ayuda de su hija y el novio de esta, se unirá a los Autobots en una causa mucho más importante que sus propias vidas y que pone en juego a toda la humanidad... Ya que uno de los tres grupos de alienígenas robots que componen la mitología Transformers (que ni diferencio ni me interesa diferenciar) quiere destruir la Tierra usando el poder del dubstep.

Lo habéis adivinado: Nicola Peltz es otro de los insulsos personajes
femeninos del cine de Bay.

Siempre he pensado que Transformers podría haber sido una película a tener en cuenta que, como Pacific Rim, despertara al niño que todos llevamos dentro y le hiciera saltar de alegría y júbilo ante un grupo de incontables robots pateando los traseros de otros robots. Y así sería en manos de un director que no fuera Michael Bay. La ilimitada voluntad automasturbatoria del director de The Rock, convierte una vez más otra película de Transformers en un show para oligofrénicos donde destacan el exceso, la cámara lenta, el impersonalísimo trabajo musical de Jablonsky con lo que parece música de archivo, los planos aberrantes, las mujeres enseñando pechuga y las banderas de Estados Unidos. En los primeros compases de la película, el personaje de Wahlberg (con el modesto apellido Yaeger -alemán para ROBOT-) entra en un cine abandonado buscando piezas para construir sus movidas de inventor súper-comprometido con su trabajo. El propietario, mientrastanto, resume en una frase lo que se está convirtiendo el cine: remakes, secuelas, precuelas, reboots. Paradójico que sea Michael Bay el director de la cinta y esta sea ya la cuarta parte de las aventuras robóticas de Optimus Prime.

"¿Optimus Prime montado en un T-Rex robot? ¡Esto no me lo pierdo!"
Craso error.

No todo son cosas malas. Es más: esta película de Transformers es la mejor de toda la saga, bien por el ya comentado cambio de protagonista, por el colorido de la ciudad japonesa de Tokio perfectamente retratado por Amir Mokri, por el divertido sidekick cómico que es T.J. Miller, o por el cuarto tipo de robots que se introduce en el filme: los dinobots. Aún con esas, la cuarta entrega de Transformers no es más que un entretenimiento para oligofrénicos o para adolescentes imberbes en busca del ruido, la explosión y los colores llamativos. Lo que veo ni me interesa ni me entretiene: me aburre y me produce dolor de cabeza.

Lo mejor: el cambio de protagonista, la colorida fotografía de Mokri y la escena de persecución vertical por las ventanas de Tokio.
Lo peor: de entre todo lo malo de esta película, que es mucho, lo peor es que sienta las bases para una quinta entrega antojando esta saga interminable.

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