Las pieles de Polanski, un Dios salvaje

Título: La vénus a la forrure (Venus in Fur)
Director: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski, David Ives (basado en la obra de teatro de David Ives)
Fotografía: Pawel Edelman
Año: 2013
Duración: 96 min.
País: Francia
Productora: R. P. Productions / Les Films Alain Sarde
Reparto: Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner

Polanski, ese pequeño hombre francés emigrado a Polonia con doble nacionalidad, empieza a ser un maestro de las adaptaciones teatrales. En su anterior filme (Carnage, 2011), adaptó a la gran pantalla la obra de Yasmina Reza, confinando a sus actores y actrices (cuatro en total: John C. Riley, Kate Winslet, Jodie Foster y Christoph Waltz) en un espacio relativamente pequeño, un piso de la ciudad de Nueva York, elevando la dirección de actores al súmmum de la perfección y cuidando al detalle la planificación coreográfica.

Esa comedia-negra-dramática se convierte al cabo, en un thriller donde la tensión por suspense se consigue mediante el vertiginoso uso del lenguaje: las palabras se clavan como dardos envenenados en las espaldas de los cuatro asistentes, que empiezan la velada como dos bloques cohesionados y poco a poco se vuelven a la contra unos con otros. Bien, ahora, Roman Polanski adapta de nuevo una obra de teatro, La vénus a la forrure (La venus de las pieles), de David Ives, reduciendo el espacio (el escenario de un teatro), el número de actores (de cuatro a dos), y manteniendo su espectacular dirección.

Hoy, casting para La vénus a la forrure. Mañana, ya veremos.

Thomas (Mathieu Amalric) lleva todo el día de audiciones de actrices para el papel femenino de la obra de teatro que va a presentar, adaptada del libro de von Sacher-Masoch, La vénus a la forrure. Su mujer le llama, y él se lamenta de la mediocridad y vulgaridad de todas las candidatas que se presentan: unas demasiado jóvenes y descaradas, otras viejas e insípidas. Ya recogiendo para ir a su casa, llega Vanda (Emmanuelle Seigner), un torbellino de energía que combina todas las fobias que Thomas siente hacia las actrices. Cuando se sitúe bajo los focos y la atenta mirada del director, Vanda experimentará una metamorfosis con el personaje digna de la mejor de las actrices de método, y él quedará prendado de su magnetismo...

Este nuevo experimento es más oscuro y opresivo que el filme del que hablaba líneas atrás. En ciertos momentos me ha recordado a Le locataire (El quimérico inquilino, 1976), y sin duda la creación de atmósfera nos hace rememorar Repulsion o Cul de sac: ahora sí, es un thriller con todas sus letras que se nos transmite mediante dominación y sumisión mental (aunque tal vez al final, también un poco física), el machismo y misoginia de un autor teatral. Como ya he dicho, la dirección del maestro franco-polaco no hace más que potenciar el ya de por sí magnífico guión del dramaturgo Ives: una mezcla del mundo real y el escénico, un salto constante a la comba con el límite entre ambos mundos que confunde, aprieta, y sin duda se disfruta enormemente durante los 96 minutos que se hacen cortos.

Director, actriz, y actor.

El baile de mundos es tal, que Thomas, el director, adaptador y jefe de casting de la función (una especie de versión joven de Roman Polanski, razón por la cual la señorita Seigner está tan cómoda ante él) a la vez ejerce de dominador o de dominado, de público o de intérprete, de hombre o de mujer, de autor o adaptador. Y Vanda, vulgar, atolondrada y malhablada actriz con poco currículo, es mujer y diosa, actriz y amante. Y nosotros, el público, somos una parte más del entramado magnífico.

Lo mejor: que Polanski nunca pare de hacer cine, por favor. Las actuaciones, el guión, la magia de la cámara que convierte al espectador casi en uno más.
Lo peor: sin llegar a aburrir ni confundir, puede sí avasallar al espectador incauto entre tanta referencia mitológica y al libro original de Masoch. Aún con esas, digna de aparecer en cualquier lista de lo mejor del año.


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