'La La Land', bellísima pero impostada melancolía

[[Crítica de @PauGarcia179]]

Dicen que Los Ángeles es una ciudad fría y despiadada. Películas como 'Maps of the Stars' o incluso la serie 'Bojack Horseman' dan buena muestra de ello, y probablemente tengan parte de razón. Emma Stone estuvo muchos años yendo a audiciones en L.A. sin conseguir un papel, y ahora está tocando las estrellas en el filme del que todo el mundo habla. Damien Chazelle también se mudó a Los Ángeles para convertirse en cineasta, y tras el éxito de 'Whiplash' (que consiguió sacar adelante gracias al corto homónimo, también con la participación de un imperial J.K. Simmons) pudo cumplir su sueño de realizar un musical, algo que llevaba pensando junto con Justin Hurtwiz (su amigo y responsable de la música en todos sus filmes) desde hacía diez años.

Todo el mundo ha visto 'La La Land', tiene intención de verla o cuando menos tiene curiosidad por ver a qué viene tanto bombo. Reconozco que el odioso cínico que hay en mí se mostraba receloso ante una película como 'La La Land'. La avalancha de críticas y comentarios positivos que dejaba a su paso por festivales y salas de cine donde se proyectaba sólo aumentaba mi escepticismo. Nada puede ser tan bueno. Nada puede emocionar tanto ni tener una respuesta crítica y de público tan positiva. No existe tal perfección. Además, yo odio los musicales. Como ese personaje de 'Dancer in the Dark' (que en realidad, sí, es un musical), no entiendo porqué de pronto los personajes se ponen a cantar. Esto no pasa en la vida real. El cine es un reflejo de la vida, de la realidad, pero nunca puede ser la realidad misma. Quizás no hay que intentar entender porqué se ponen a cantar. Supongo que en esta vida hay cosas que no hay que intentar entender. 


Como en su anterior obra, Damien Chazelle parte de premisas autobiográficas (en aquella, sobre sus desventuras como batería; en ésta, sobre su sueño de triunfar en el cine) para volver a hablar de lo mismo: del equilibrio (si es que eso es posible) entre vida personal (y sentimental) y sueños (u obsesión, en el caso de 'Whiplash'), de los sacrificios que hay aceptar para cumplir nuestros anhelos. Mucho se ha hablado del individualismo y egoísmo que recorren las películas de este joven director: si bien en 'Whiplash' es difícil discutir ese mensaje un tanto reaccionario, 'La La Land' ofrece más espacio para el debate. Sin entrar en los detalles de la trama, hay que decir (y perdonen la obviedad), que las acciones, decisiones y formas de pensar de los personajes no tienen porqué corresponderse con las del director o con el mensaje del filme. 

El problema de La La Land viene más bien por la debilidad de la historia, por un guion al servicio de los números musicales y de un final forzoso que busca provocar unas emociones muy concretas. Quizás por su naturaleza de musical, Chazelle acaba por abrazar el artificio y obviar la complejidad de las relaciones humanas. El director simplifica la psicología de los personajes, convirtiéndoles en simples marionetas al servicio de una melancolía que se presenta bellísima, pero impostada. 


‘La La Land’ no es una película perfecta ni falta que hace. Entierra la razón para apelar directamente a las emociones; despierta en nosotros el lado más soñador a la vez que embiste contra el cinismo, y aunque en el universo de 'La La Land' no existen los matices o términos medios, nos hará preguntarnos si hemos hecho lo suficiente para cumplir nuestros sueños, si estos merecen la pena teniendo en cuenta lo que podemos perder, o si hay alguna manera de poder conciliar nuestra vida personal con esos sueños que se presentan tan ingenuos pero tan aparentemente indispensables para alcanzar la tan ansiada felicidad. 


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