'MADAME BOVARY', SI GUSTAVE LEVANTARA LA CABEZA...


Una crítica de @AdriNaranjo2
Norma número uno para la adaptación: si te ha gustado un libro, recomiéndalo; sólo adapta cuando tengas algo que aportar. El problema con Madame Bovary no es que la respuesta sea un rotundo no, sino que en ningún momento da la impresión que se hayan planteado tan vital pregunta. 

La honestidad obliga a dar un primer aviso: desconfíen del cartel, el trailer o cualquier producto nacido de la maquinaria publicitaria. ¡Nada! El impactante plantel de actores es una falacia de dimensiones bíblicas. No sólo tienen más nombre que calidad, sino que encima algunos firman aquí uno de sus peores trabajos. Mia Wasikowska (ya se cargó a Lewis Carroll y ahora va a por Flaubert. Está claro que esta chica no sabe leer guiones) y Ezra Miller (que, sinceramente, tiene su gracia en The Perks of Being a Wallflower) compiten con uñas y dientes por ser nombrados los peores actores jóvenes del momento. El único que se salva es el siempre solvente Giamatti; pero cinco minutos de Giamatti no compensan las dos horazas de agonía interpretativa.

Aún así, el fallo principal no es suyo, sino de una dirección, y sobretodo un guión, que aparecen sin rumbo; destinados a una deriva incierta y desoladora. Lo peor es que empiezan con inventiva y originalidad; el primer plano, inestable, agitado, nos augura un prometedor festival de lenguaje cinematográfico. De Tarkovsky a Haneke, de Ozu a Kiarostami; todos los maestros han sido conocedores de la importancia del plano inicial; como era de suponer, Barthes (no mezclar con el queridísimo Roland; nada que ver; más le gustaría a esta Sophie tener una gota de su sangre) no iba a seguir los pasos de los mencionados. La frescura sólo dura eso, unos segundos, un mísero plano. Desde entonces todo adopta una insulsa planificación estática sin emoción, sin voluntad estética, sin alma, sin cine.


Sonido y luz (sería muy osado llamarlos dirección de sonido o dirección de fotografía) tampoco tienen otra intención que la de perpetuar la moda de abusar de los contrastes y las altas definiciones hiperrealistas. Si les gusta esto, si realmente es su cosa, vayan a ver a Tom Hooper y eviten las imitaciones dignas de mercadillo. Otra vez la misma soporífera dinámica que ya nos desoló en la fallida Far from the Madding Crowd de Vinterberg; otra adaptación sin ritmo que destrozó el corazoncito de los que aún creíamos en el matrimonio cine-literatura.

Si no tuviéramos suficiente con estos despropósitos perpetuados por los aspectos técnicos, encima se mancillan los elementos transferibles de los que hablaba McFarlane en los noventa. Y aquí ya nos vemos obligados a parar con la condescendencia y empezar a usar palabras gruesas. Una cosa es violar el noble arte del cine haciendo cine; un acto suicida lamentable, pero, al final y al cabo, inofensivo. Otra cosa muy diferente es mearse directamente encima de la literatura. El mensaje de Flaubert queda tergiversado por un proceso de simplificación que da, sencillamente, asco. Todo queda reducido a un “la donna e mobile qual piuma al vento” que da ganas de adoptar una estricta censura cultural que no permita estas barbaridades. La trama queda en una burda historieta de enredos románticos que llevaría hasta la nausea a la mismísima Jane Austen. Además, Sophie Barthes (máxima responsable del desastre), insiste en abusar del beso; algo que, si se usa con cabeza y sentido común (que se vuelve a demostrar que es el menos común de los sentidos), puede ser el mejor recurso que existe; aquí solamente produce repulsa. Las escenas de cama son la cosa menos erótica o pasional del mundo; dan ganas de no volver a tener contacto humano en la vida. El esperpéntico final, al que no se le puede reprochar nada, pues intenta sustentarse encima de un castillo de naipes inexistentes, no es más que una guinda pocha encima de un pastel de estiércol.

La falta de concreción o linealidad, ese costumbrismo con el que con tanta elegancia hizo bandera el autor francés, llega al cine sin gracia ni dinamismo. Una parodia a uno de los movimientos más importantes de la historia de la narrativa.



Pero el mayor de los delitos del film, ese por el que deberían llevarse presos a todos los responsables de la producción, ya asoma la cabeza con la primera línea de diálogo: “Please, God. Let him be the right one”. A partir de ese momento empieza una indecente explosión de acentos que se acerca a uno de esos exámenes de escuela de idiomas en los que debes identificar quién es de dónde. Para empezar, debería haber una ley que prohibiera reproducir Madame Bovary sin usar el francés; pero esta mezcla entre los “ingleses del mundo” es un insulto al intelecto y al buen gusto.

Con lo que hemos llegado a rajar de los remakes, pues, ¿qué queréis que os diga...? Al lado de esto, me parecen un mal menor. Que se repleten nuestras carteleras de superhéroes si esto consigue tapar abortos de este tipo.

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