'UN HOMBRE LLAMADO OVE', PARA PASAR EL RATO

Una crítica de @AdriNaranjo2

¿Una película sueca de dos horas ahora, un viernes por la tarde? Menudo tostón.
¡ERROR!

Un hombre llamado Ove es un soplo de aire fresco en un cartelera saturada de americanadas y mediocridades variopintas. Por fin una comedia ligera, pero con una factura impecable. Por fin un producto sin pretensiones, pero con una técnica de diez. Por fin un entretenimiento liviano, pero que no te trata como a un estúpido.

Ove es un personaje de esos que calan, de esos que odias y adoras al mismo tiempo. No es sencillo jugar a este juego. El tono debe mantener un buen equilibrio. No caer en la comedia disparatada, pero tampoco irse al melodrama lacrimógeno. El guión y la magistral interpretación de Rolf Lassgård lo consiguen. Punto. Nadie puede decir lo contrario. La caracterización de este abuelo gruñón es de libro. Ni una fisura. Con dos acciones ya tenemos suficiente para ver la esencia y, a su vez, para que se genere un enorme misterio sobre los motivos de su actitud. Como hizo Eastwood con ‘Gran Torino’, la figura del vecino cascarrabias se desarrolla con una sensibilidad llena de humanidad y comprensión. La inclusión de la vecina lo ayudará a cambiar y dará luz a toda la oscuridad que le rodea. Oscuridad que, por otro lado, no aparece en la fotografía o el montaje. Todo se ve; todo se oye. La perfección en la ejecución hace que se perdone la falta de intencionalidad de estos aspectos. Al fin y al cabo, en el cine hay artistas y artesanos. La originalidad es nula, pero lo que hacen lo hacen muy bien. Viendo como esta el patio, nos podemos dar con un canto en los dientes.


El nombre de Hannes Holm seguramente no tenga mucha repercusión en España, quitando, a lo mejor, ‘Adam & Eva’ (que aquí llegó como ‘Eva y Adán’; como si estuviéramos en un país respetuoso en el que se usa un lenguaje inclusivo, pero bueno...) poco recorrido han tenido sus obras. 20 años después, vuelve con esta adaptación del Bestseller de Fredreik Backman. Tiene mucho en común con otras adaptaciones recientes de bestsellers europeos con este aire tragicómico. Esta “moda” incluye títulos tan dispares, pero a la vez tan próximos, como ‘La elegancia del erizo’ o ‘El abuelo que saltó por la ventana y se largó’; todas ellas tienen estos tintes negros que consiguen dar más profundidad que lo aportado por la convencional ligereza en la que se mueven este tipo de comedias. Un ejemplo es la manera en la que se introducen los flash-backs. Cada vez que Ove se intenta suicidar, se aprovecha el momento para aportar esta píldora de su pasado. Una decisión muy inteligente que justifica este recurso que tantas veces suena forzado.

Los Oscars, con todo el paternalismo y desprecio del que hacen gala al tratar las producciones europeas, le otorgó dos nominaciones. Aunque el caso que se le debe hacer a los Goyas norteamericanos (recordemos que no son nada más que eso) deba ser el justo, no es frecuente que una cinta rodada en lengua foránea entre en las categorías específicas. La primera mención es la lógica, la de película de habla no inglesa, pero la segunda es por el maquillaje, y aquí debemos hacer un inciso. El maquillaje es espectacular. ES-PEC-TA-CU-LAR. Otra cuestión es si era necesario este inmenso trabajo. ¿No se podría haber elegido un actor de la edad que correspondía? ¿No se podrían haber trucado algunas imágenes de su difunta esposa? Seguramente sí, pero ¿y qué? Lo que queda claro es que lo hecho en ‘Un hombre llamado Ove’ es increíble; una obra de arte. Podríamos entrar en detalles técnicos, pero no hay mayor prueba que ver las imágenes de dicho proceso de construcción.


Esta película tiene muchas virtudes, muchísimas, pero tiene dos fallos argumentales que desmerecen parte del trabajo de los demás departamentos. El primero es totalmente objetivo, de los obvios, de los que se podrían haber evitado con una lectura un poco más crítica del guión: es muy larga. Dos horas y cuarto para una comedia es algo que, por lo menos en nuestros días, resulta imperdonable. Aunque no agota tanto como podría parecer, da rabia que el origen de esto sea tan evidente. Este reside en el primer acto. Si la gracia de la historia es el cambio de este personaje, si la gracia es la relación con Parvaneh, la vecina, ¿por qué narices no aparece un conflicto real con ella hasta que la cinta suma una hora? Incomprensible del todo. Muchos se me tirarán encima diciendo que el primer acto de ‘Casablanca’ dura tres cuartos de hora o algún otro ejemplo random. Me da igual. Esta película necesita más ritmo y durar menos. Esta hora de espera, por muy bien trabajada que esté, es una cagada como la copa de un pino.

La otra cuestión es el final. Y aquí mi opinión es completamente personal y se basa en mis gustos y mi concepción del cine. ¿Qué necesidad hay de generar un happy ending sistemáticamente? ¿Por qué siempre debe haber un cambio a mejor dentro del personaje? ¿Por qué santificamos a los protagonistas negativos de una manera tan exagerada y evidente? Bertolt Brecht dijo “maldito el país que necesite héroes”; pues esto es lo que nos encontramos aquí. Que no, señorxs, que no. Acabar con un “es difícil admitir que te has equivocado” es un WTF? en toda rega. ¡Échale huevos y no hagas lo que se espera, sino lo que suele ocurrir! Es que el tema es muy sencillo: ¿‘El verano de Kikujiro’ o ‘St. Vincent’? ¿la cobardía made in USA o la osadía de genios como Kitano? Este final no se ha elegido porque quedaba mejor o cuadraba con lo que sea; este final se ha elegido para vender. Punto. Y lo siento mucho; siento mucho mi contundencia; pero no se puede decir de otro modo: este final es fácil. Hay gente a quien le viene bien las cosas fáciles; las películas fáciles, las relaciones fáciles, las personas fáciles, los trabajos fáciles, los libros fáciles, los amigos fáciles; a mí, no. Ni como espectador, ni como crítico, ni como guionista, ni como profesor, ni como persona. Las cosas fáciles son para las personas fáciles. Con todo mi pesar, I’m not interested! Ahí se coman las moralinas finales llenas de mediocridad y adoctrinamiento. Que estamos en crisis. Que no tiene sentido esta sonrisa constante y estos eslóganes a lo Mr. Wonderful que no compra ni el Tato.

Y paro ya. Porque la película es buena. Es entretenida. Cumple su función. Le pondría 4 estrellas sin dudarlo. Simplemente es que uno está hasta los mismísimos de este positivismo forzado.

Hasta la próxima.

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'La La Land', bellísima pero impostada melancolía

[[Crítica de @PauGarcia179]]

Dicen que Los Ángeles es una ciudad fría y despiadada. Películas como 'Maps of the Stars' o incluso la serie 'Bojack Horseman' dan buena muestra de ello, y probablemente tengan parte de razón. Emma Stone estuvo muchos años yendo a audiciones en L.A. sin conseguir un papel, y ahora está tocando las estrellas en el filme del que todo el mundo habla. Damien Chazelle también se mudó a Los Ángeles para convertirse en cineasta, y tras el éxito de 'Whiplash' (que consiguió sacar adelante gracias al corto homónimo, también con la participación de un imperial J.K. Simmons) pudo cumplir su sueño de realizar un musical, algo que llevaba pensando junto con Justin Hurtwiz (su amigo y responsable de la música en todos sus filmes) desde hacía diez años.

Todo el mundo ha visto 'La La Land', tiene intención de verla o cuando menos tiene curiosidad por ver a qué viene tanto bombo. Reconozco que el odioso cínico que hay en mí se mostraba receloso ante una película como 'La La Land'. La avalancha de críticas y comentarios positivos que dejaba a su paso por festivales y salas de cine donde se proyectaba sólo aumentaba mi escepticismo. Nada puede ser tan bueno. Nada puede emocionar tanto ni tener una respuesta crítica y de público tan positiva. No existe tal perfección. Además, yo odio los musicales. Como ese personaje de 'Dancer in the Dark' (que en realidad, sí, es un musical), no entiendo porqué de pronto los personajes se ponen a cantar. Esto no pasa en la vida real. El cine es un reflejo de la vida, de la realidad, pero nunca puede ser la realidad misma. Quizás no hay que intentar entender porqué se ponen a cantar. Supongo que en esta vida hay cosas que no hay que intentar entender. 


Como en su anterior obra, Damien Chazelle parte de premisas autobiográficas (en aquella, sobre sus desventuras como batería; en ésta, sobre su sueño de triunfar en el cine) para volver a hablar de lo mismo: del equilibrio (si es que eso es posible) entre vida personal (y sentimental) y sueños (u obsesión, en el caso de 'Whiplash'), de los sacrificios que hay aceptar para cumplir nuestros anhelos. Mucho se ha hablado del individualismo y egoísmo que recorren las películas de este joven director: si bien en 'Whiplash' es difícil discutir ese mensaje un tanto reaccionario, 'La La Land' ofrece más espacio para el debate. Sin entrar en los detalles de la trama, hay que decir (y perdonen la obviedad), que las acciones, decisiones y formas de pensar de los personajes no tienen porqué corresponderse con las del director o con el mensaje del filme. 

El problema de La La Land viene más bien por la debilidad de la historia, por un guion al servicio de los números musicales y de un final forzoso que busca provocar unas emociones muy concretas. Quizás por su naturaleza de musical, Chazelle acaba por abrazar el artificio y obviar la complejidad de las relaciones humanas. El director simplifica la psicología de los personajes, convirtiéndoles en simples marionetas al servicio de una melancolía que se presenta bellísima, pero impostada. 


‘La La Land’ no es una película perfecta ni falta que hace. Entierra la razón para apelar directamente a las emociones; despierta en nosotros el lado más soñador a la vez que embiste contra el cinismo, y aunque en el universo de 'La La Land' no existen los matices o términos medios, nos hará preguntarnos si hemos hecho lo suficiente para cumplir nuestros sueños, si estos merecen la pena teniendo en cuenta lo que podemos perder, o si hay alguna manera de poder conciliar nuestra vida personal con esos sueños que se presentan tan ingenuos pero tan aparentemente indispensables para alcanzar la tan ansiada felicidad. 


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